jueves, 25 de septiembre de 2014

El encanto de Tulum


Tulum una de las últimas ciudades mayas, es de las más atractivas, en parte gracias a su entorno. Esta población fortificada, construida al noreste de Yucatán, se alza intacta en medio de un paisaje encantador a orillas del mar Caribe. Sus templos dominan unos acantilados que se hunden en aguas turquesas, rodeadas por la arena blanca de un arrecife de coral.
Es tan tardía que uno de los conquistadores españoles, Juan de Grijalva, al bordear en 1518 las costas de Yucatán, cuenta que la divisó de lejos pero que no pudo acercarse a ella, porque no se atrevía a franquear los escollos, cuya barrera le impedía atracar el navío. Deslumbrado por esa maravillosa visión, que parecía un espejismo, no dudó en comparar a Tulum con Sevilla. Es evidente que Grijalva exageraba, ya que Tulum sólo cuenta con monumentos de poca importancia, aunque originales. Lo que más impresiona es su excepcional enclave. Frente al mar, los templos de Tulum tienen el aspecto de un Cabo Sunion de los trópicos, pero su silueta maciza, su mampostería gastada y sus edificios, vistos de cerca, no confirman esta primera impresión.
Se trata, efectivamente, de una arquitectura postclásica tardía: se sitúa entre el siglo XIII y finales del XV, y revela la influencia de Chichén Itzá y de sus salas de columnas. Pero el Castillo, o templo principal, con sus grandes escalinatas bordeadas de rampas, y su santuario al que se accede a través de tres vanos, separados por unos fustes de mampostería que se inspiran en los pilares maya-toltecas, es una construcción sin elegancia ni finura. Su tosco aparejo seguramente quedó oculto bajo un revestimiento de yeso policromado.
La estructura más interesante es el Templo de los Frescos, con su pórtico de entrada con cinco vanos jalonados por cuatro columnas gruesas. Detrás de esta abertura coronada por efigies del dios tutelar, una sala abovedada ha conservado las pinturas que cubren sus bóvedas. Entonadas en grises y azules, imitan el estilo de los manuscritos contemporáneos y atestiguan, aquí también, la influencia que las artes de los altiplanos mexicanos ejercen sobre la península de Yucatán.
En la fachada, este templo está adornado con máscaras de Chac estilizadas, dispuestas en las esquinas de los frisos. El arte del estuco se funde aquí con la arquitectura. Esta última representación de la divinidad de la lluvia, con sus colmillos asomando por la comisura de los labios, ya no está caracterizada por la larga nariz del dios K. En cierta manera, tenemos la impresión de volver a encontrar, después de siglos, la tipología del Templo de las Siete Muñecas de Dzibilchaltún. Regida en su trazado urbano por un sistema de alineaciones paralelas recientemente descubierto por los arqueólogos, Tulum está rodeada por un muro de mampostería en seco que mide 450 m de norte a sur, y cerca de 150 m de este a oeste. Sobre la fachada que da al mar, hacia Levante, los acantilados verticales donde vienen a romper las olas bastan para defenderla. Una caleta permitía a los botes atracar en la costa de Quintana Roo, desde donde varios caminos conducían, a través del bosque, hasta Chichén Itzá y Cobá.

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