Se llama Tulum y son los únicos vestigios prehispánicos del mundo
que están frente al mar. El guía que introduce el tour imagina la vista que
pudo sorprender al conquistador español Hernán Cortés, cuando observó, por primera vez esa ciudadela
Maya, desde el mar.
Tulum fue una comunidad mercantil portuaria, que aprovechó su
privilegiada ubicación para actividades de comercio, políticas, rituales
mágico-religiosos y observaciones astronómicas. Estaba dedicada al planeta
Venus, el cual se asociaba con una deidad dual: lucero de la mañana y estrella
de la noche.
La imagen de esta deidad se encuentra en la fachada de
algunos edificios y la orientación de sus accesos mira hacia el punto donde se
oculta este planeta.
Se dice que de la más alta de las construcciones, en pleno
equinoccio, el rayo de Sol que entra por una de las torres se sincroniza con
las pirámides de Chichén Itzá, que se encuentran a tres horas, otra de las
maravillas a visitar.
La entrada al parque arqueológico de Tulum vale 57 pesos
mexicanos (US$5) y permite caminar entre senderos cuidados, ruinas bien
preservadas e información que recrea las costumbres de los pobladores que
habitaron entre el 490 y 1542.
En el recorrido se pueden ver iguanas gigantes que toman el
sol y conocer cómo construían las casas y templos; y cómo pintaban y adornaban
las columnas con animales emblemáticos como la serpiente.
La recompensa se deja para el final, cuando unas escaleras
descienden a una playa en la que es posible tomar el sol y bañarse.
Frente a esta costa hay un arrecife coralino poco profundo
que se extiende a lo largo del litoral del Mar Caribe y que es la segunda
barrera de coral más larga del mundo.
Mar, playas de arena blanca y ruinas, una combinación que no
hay que dejar pasar.
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