La pirámide de Chichén Itzá tiene el privilegio de
la monumentalidad, pero Tulum tiene un entorno inigualable a orillas de uno de
los mares más hermosos del mundo. Durante unas vacaciones vale la pena visitar
los dos sitios mayas, quintaesencia de ese mundo que brilló en la península de
Yucatán entre los siglos XII y XVI (y que pronosticó su final para el muy
próximo diciembre de 2012).
Fue el período de apogeo de la cultura maya, justo
antes de la conquista española. Chichén Itzá, sin embargo, es un poco más lejos
y requiere una excursión de un día completo. Tulum, en cambio, está a corta
distancia de Playa del Carmen: basta con medio día para ir y recorrer las
ruinas.
A mediados del siglo XIX, cuando John Lloyd
Stephens exploró esta región entonces desconocida, Tulum estaba prácticamente
devorada por la selva. Hoy estaría igual, clima tropical mediante, si no se
detuviera el avance de la vegetación para dejar al descubierto la belleza de
las construcciones. El primer testimonio escrito data de 1518 y lleva la firma
del español Juan Díaz, que expresó su asombro así: “Corrimos el día y la noche
por esta costa, y al día siguiente, cerca de ponerse el sol, vimos muy lejos un
pueblo o aldea tan grande, que la ciudad de Sevilla no podría parecer mayor ni
mejor, y se veía en él una torre muy grande”.
Haciendo honor a su nombre, que significa trinchera
o muralla, Tulum mantuvo a los extraños a raya hasta tiempos relativamente
recientes. Sus piedras centenarias conservan los secretos de toda una civilización.
De hecho no está totalmente claro cuál era la función de esta ciudadela
extremadamente protegida entre el Caribe y la selva. Lo más probable es que
aquí hayan vivido altos dignatarios mayas, en una suerte de centro
administrativo-ceremonial.
La construcción principal es el Castillo, sobre un
acantilado a orillas del mar y de unos 12 metros en total. Se accedía por un
pórtico y una escalinata, pero hoy se puede entrar. En los alrededores quedan
numerosas casas, templos y monumentos.
Cualquiera que sea el día elegido, lo principal es
llegar temprano. Sobre todo si es en los meses de más calor, cuando las
temperaturas alcanzan los 38°C (no olvidar llevar agua, porque adentro de las
ruinas no se vende nada). También ir con calzado cómodo porque hay bastante
para recorrer, y el suelo es irregular y pedregoso: sólo entre dicho acceso y
el lugar donde comienzan los monumentos mayas hay unos 800 metros, pero se
pueden recorrer gracias a un trencito que hace el trayecto. No hace falta tomar
una excursión, incluso es mejor hacer la visita por cuenta propia. Salen micros
desde Cancún y Playa del Carmen, e incluso se puede tomar un taxi (siempre
acordar, por las dudas, la forma y el horario para regresar).
Tulum también es muy apreciado porque, si bien
igual que en otros lugares sobra la oferta de recuerdos tallados en obsidiana,
incontables réplicas del calendario maya y los principales monumentos, la
presión es mucho menor que en otros lugares y permite disfrutar tranquilo de un
sitio realmente excepcional. Además, sus playas de arena blanca y aguas
turquesa, a las que se accede muy cerca de las ruinas, son sin duda la mejor
manera de terminar el día.
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